PROVINCIA DE "BUENOS AYRES", campo y ciudad no son opuestos
PROVINCIA DE BUENOS AYRES, campo y ciudad no son opuestos
Muchos de nuestros paisanos del Granbuenosayres, como de la Ciudad del Buen Ayre, se pasan el año mirando el almanaque. Cuentan los días que les faltan para el próximo fin de semana largo y así huir del estrés cotidiano hacia a las afueras, al aire libre.
Disfrutar de un tiempo que, en estos pagos, parece transcurrir más lento, más calmo. Un tiempo de ocio y casi sin preocupación alguna. ¿Qué ocurriría si, un día, estos lugares que generan la “tranquilidad” perdida se transforman en grandes urbes como de la que escapan?
Es una realidad que no está tan lejos. La despoblación de la región surera bonaerense es un hecho. Y los Municipios costeros son pequeñas capital federal, incluso con sus conurbanos. Los habitantes de las pequeñas comunidades se marchan a las urbes en un goteo constante. Así lo muestran los hechos: son más de 350 pueblos que van quedado deshabitados, doscientos han desaparecido. Mientras, comunidades como Mar del Plata, Tandil, Villa Gesell o Bahía Blanca, van creciendo aceleradamente al incorporar a nuevas familias de las regiones agrícola-ganaderas.
Peor aún, no solo son los pueblos más pequeños los que van perdiendo a sus vecinos. En realidad, todo esto supone un efecto dominó también para las comunidades medianas que hacen de cabeceras de los Partidos-municipios. Sin habitantes en los pueblos colindantes, su actividad o circuito comercial decrece, muchas inversiones pierden sentido y, con ello, los empleos desaparecen. Se buscará refugio y seguridad en otras ciudades, el Conurbano.
Este es un círculo vicioso con resultados negativos para todos. Para los que quedan en los pueblos, para las ciudades intermedias, pero también para nuestro Gran Conurbano (30.000 km2 con casi 12 millones de habitantes, según censo 2010). Los efectos de la despoblación surera campera van mucho más allá de un pueblo sin juventud, sin niños para llenar su escuela o sin inversiones de infraestructura como asfalto o iluminación. Revertir esta tendencia no solo es estratégico, sino que también debe contener una mirada geopolítica, e incluso puede resultar clave para un equilibrio ecológico y sumar nuestra parte en la lucha contra el cambio climático.
La historia del campero bonaerense en el medio agrícola se remonta a los tiempos mismos del Virreinato. Durante este período, la agricultura y la ganadería nos proveían de todo lo necesaria para sobrevivir. Con esta actividad fuimos estableciendo una relación diferente con la tierra: a cambio de trabajarla y cultivarla, ella nos entregaba recursos suficientes para alimentarnos y organizarnos como una gran comunidad identitaria, la bonaerense.
Los ramales ferroviarios, alguna vez, surcaron todos los caminos de nuestra provincia. Donde había cultivos y cría de ganados existía una Estación Ferroviaria y un pueblo en crecimiento. Con su desaparición, principalmente a partir de 1961 con el Plan Larkin, el centro bonaerense se fue despoblando y con ello el equilibrio hombre-naturaleza, que se había establecido durante cuatro siglos, se fractura. Se inicia un trágico paradigma ecológico, el sojero.
Hay quienes afirman que “la reacción en cadena que supone esta ruptura lo encontramos en los incendios. Sin ganado en los pueblos que ayude a limpiar los campos, el matorral prolifera y se convierte en combustible para los incendios. Como consecuencia de estos, disminuye la cubierta forestal y el ecosistema se resiente. Además, aumenta la desertificación, la cual, a su vez, disminuye la diversidad biológica, cuyo papel es decisivo en la conservación del suelo, la regulación del agua y la mitigación del cambio climático”. No olvidemos que nuestras vacas ya no son de pastoreo, es una ganadería industrial responsable de la liberación de gases de efecto invernadero.
La agricultura tradicional (no quiere decir orgánica) también contribuye a sustentar la biodiversidad. Los cultivos ayudan a evitar la erosión del suelo. Incluso, los estos sistemas agrarios retienen más carbono y contribuyen a purificar el agua, así como a mantener especies animales y vegetales autóctonas, adaptadas a las condiciones de la zona. Y lo más importante, desde el punto bacteriológico, contiene a los virus y bacterias en su propio hábitat.
La economía campera tiene un gran potencial para crear empleos dignos y productivos, así como para contribuir al desarrollo económico integral de Buenos Ayres. Siempre y cuando exista un proyecto político que oriente la producción hacia objetivos concretos, dentro del marco de un Proyecto de Nación.
Promover el trabajo digno en esta economía es fundamental para erradicar la pobreza, el hambre, la violencia, la droga y garantizar recursos nutricionales para una población en crecimiento. Este debiera ser el objetivo de una Agenda “Provincia de Buenos Ayres 2050”, prestando mayor atención al desarrollo campero, en particular a la agricultura y a la soberanía alimentaria. Una economía campera próspera ayuda a diversificar las fuentes de riqueza de toda la región y reduce su dependencia del exterior.
Otro recurso valioso, que sólo se podrá mantener mientras haya personas que vivan en los pueblos, es el patrimonio surero, que le ha dado identidad a la provincia, hoy extraviada. Esto abarca la gastronomía, los inmuebles y edificaciones históricas, los valores, las tradiciones, la cultura en sus saberes, el lenguaje en sus decires e incluso los paisajes. Toda esta riqueza está en peligro si nadie se queda para conservarla y cuidarla.
Al concentrarse cada vez más personas en las áreas urbanas, éstas se vuelven más injustas. Que el 67% de la población bonaerense viva en el 20% del territorio es un problema de organización para la Provincia. Un claro ejemplo es el Partido-municipio de La Matanza.
La experiencia de otros países nos advierte que las grandes aglomeraciones urbanas, urbanópolis, no son viables ni podrán ser sostenibles si continúan creciendo. Si queremos garantizar el futuro ecológico de la Provincia, debemos trabajar en una Agenda que garantice un equilibrio entre la región campera, agrícola-ganadera, y la Región Metropolitana del Granbuenosayres, que es puro amontonamiento de individuos.
Los bonaerenses debemos comprender que el abandono de la región campera es un problema que nos afecta a todos por igual. Sus consecuencias terminarán por alcanzar a cualquiera de nuestros paisanos, sin importar dónde viva. Organizar a la Provincia de Buenos Ayres significa cuidar de nuestra Patria. Por eso se debe promover e impulsar una nueva organización más municipalista y federal.
Si se apuesta por este camino, la Provincia de Buenos Ayres tendrá mucho futuro. Su potencial de desarrollo sostenible es enorme. Y una vez más podremos convertirnos en la locomotora que ponga en marcha a la Argentina toda.
Luis Gotte
La trinchera federal
Comentarios
Publicar un comentario